jueves, 18 de septiembre de 2014

Las voces de lo imposible

Fotografía: Miguel Morales

Cada vez que alguien afirma que las cosas tienen que cambiar, se alzan otras voces para decir que es imposible. Las voces de lo imposible no son más numerosas ni más convincentes, sino al revés. Pero cuentan con una ventaja: el control. Esas voces saturan el espacio y la letra impresa. Nos acompañan en la sopa en todos los telediarios, te las encuentras en el café aullando desde los titulares de los periódicos, y claro, terminan por acomodarse en las mentes de las personas: que es, al fin y al cabo, lo que pretendían.
Si las voces de lo imposible hubieran vencido siempre el feudalismo no habría pasado a la historia, la Inquisición seguiría controlando nuestras vidas, las mujeres no tendrían derecho al voto. Recordemos la época de la esclavitud: tratados como mercancía, los esclavos significaban un gran negocio para mucha gente. Existían compañías de seguros especializadas en el transporte de esclavos. Las travesías por mar eran inciertas y el armador -si se le puede llamar así- prefería asegurar su carga antes que perderlo todo en un naufragio. 


Foto: Miguel Morales
(Cuadro de Meijide)
Y los bancos, siempre dispuestos a sacar partido, facilitaban este comercio con préstamos abominables. Antes de llegar a su destino como mano de obra gratuita el esclavo ya había generado beneficios para empresas y particulares. ¿Abolir la esclavitud? Imposible. ¿Qué pasa con la economía si desaparece la mano de obra esclava? No dudéis que en ese momento las voces de lo imposible aullaban como lo han hecho en todas las épocas de la historia. Como lo están haciendo ahora. Y sin embargo, como en otras épocas de la historia, tuvieron que tragarse sus palabras.
Ahora hay que asumir que los gobiernos de los países estén supeditados a instancias financieras supranacionales, que son las que dictan la política. Aunque esa política convierta de nuevo al trabajador en mercancía para negocio de algunos. Rebelarse contra esta nueva esclavitud es, naturalmente, "imposible". Aunque veas cómo desaparecen los derechos laborales, cómo los servicios públicos pasan a manos de la especulación organizada y cómo las pensiones se convierten en limosnas. Aunque tanta gente rebusque en la basura para elaborar un menú de desperdicios mientras prospera para una minoría el mercado del lujo. Aunque veas cómo los bancos, que tras haberte arruinado y haber salido indemnes, te siguen tomando el pelo. Aunque todo confluya hacia esa nueva forma de esclavitud encubierta donde la ausencia de derechos será proclamada en nombre de la democracia.


Foto: Miguel Morales

Adiós, salario mínimo, fue bonito mientras duró, pero ahora mi corazón pertenece al Capital. Me llevo los convenios colectivos, los sindicatos que entorpecen la libre negociación entre patronos y productores y las huelgas que limitan el derecho al trabajo. ¿Sólo por eso vas a afligirte, paciente pueblo? En su lugar te queda el espectáculo: sesión continua de fútbol y el empacho de los programas del corazón; y un estrépito de tertulianos a sueldo para vociferar lo inevitable de las cosas. Inevitable e imposible, las dos palabras clave de la era: o la cara y cruz de la explotación. De la mano del "mercado", esto es lo que viene, lo único real, lo único posible.
No digas que lucharás contra tanta injusticia, pues las voces de lo imposible -que no explican por qué no se pueden cambiar las cosas- te acusaran de demagogia: tal es su único argumento. Etiquetarte con términos comodín a la vez que predicen catástrofes si alteras una sola coma del guión. Así son las cosas, sin alternativas.
Y yo digo, ¿lo son? ¿Y si hubiese alternativa a la estafa y a la servidumbre? ¿Y si nos diese por cambiar lo que no se puede cambiar hasta que estuviera cambiado? Cuántas cosas que eran imposibles han dejado de serlo sólo porque alguien las movió de sitio. Empujemos, movamos, demos la vuelta. ¿Por qué esperar más? Revolucionemos. Ahora. Mañana es tarde.


Foto: Miguel Morales