martes, 29 de agosto de 2017

Cuestión de distancia




Foto: Miguel Morales


Es cuando estoy lejos de mi casa cuando se me ocurren las más brillantes ideas acerca de cómo rescatarla del desorden en que la tengo sumida. Mi imaginación, que en la lejanía no puede transformarse en acción, encuentra soluciones para todo. Y como mis brazos, por mucho que se estiren, no cubren la distancia entre mi cabeza y mi casa, me es fácil encontrarlos en mi pensamiento como en la realidad no son: animosos, certeros, resolutivos.
Y así, aún bajo los efectos de mi hiperactividad mental, se presenta ante mis ojos que miran hacia dentro el método infalible para que mis armarios atestados recuperen territorio; o mis alacenas, o mis cajones.... Cómo no se me habrá ocurrido antes, me digo, desamontonar cosas y amontonarlas en otro lado.
Mi mirada interior sobrevuela ahora otros reductos del caos: estanterías centrales de la casa, colonizadas por libros obsoletos, son también el blanco de mi depuración virtual. Imagino baldas repletas de material bostezante que resuelvo desplazar a un feliz retiro donde dormirá sin complejos. Tan eficiente como distante -o eficiente por distante-, mi mano va, vuelve, revuelve, compara, separa y repara. Por fin vuelvo a sentarme en una silla sin revistas para hincar los codos en una mesa despejada.

Foto: Miguel Morales

¿No es fantástico? Estoy lejos y no puedo hacer nada, pero lo veo todo tan claro… Cómo asignar a cada cacharro de cocina el lugar que debería corresponderle si a su dueño le guiase un mínimo criterio de coherencia; y, en fin, cómo darle a la casa el vuelco que necesita para enderezarla después aseada y vestida de domingo.
En mi paroxismo, hago viajar a los muebles de una habitación a otra. Restauro, limpio, pinto… Lo que nunca hice y lo que me dejó de apetecer se juntan en la misión imposible de que mis brazos no animosos, no certeros y no resolutivos, adquieran lo que nunca tuvieron y recuperen lo que ya no hacen.
Porque tal es la realidad. Ya en mi casa, la inspiración me abandona y la pereza se instala en mis músculos. Todo es más importante que lo que ocupaba mi pensamiento cuando yo estaba lejos y no podía mover la ropa que ya no moveré -tan fácil me parecía-, ni jubilar libros inútiles a favor de una literatura vigorosa: cosa que tampoco ocurrirá. Todo es prioritario, una vez en casa, antes que poner fin al vagabundear de los cacharros de cocina y, con más razón, a las locuras de mi mente enfebrecida que una vez soñó, desde una distancia insalvable, con mover muebles o enfrascarse en limpiezas profundas como abismos.

Foto: Miguel Morales

martes, 3 de enero de 2017

Como la manzana


Fotografía: Miguel Morales

Con eso de que los alimentos viajan de un lado a otro del mundo con completa naturalidad, es fácil encontrar en las tiendas toda una colección de frutas exóticas de trabajoso nombre e increíbles propiedades. Artículos  que por obra y gracia de la globalización saltan como pulgas de las antípodas a nuestra mesa. Como si -como las manzanas- crecieran a la vuelta de la esquina.  
Pero yo tengo un asombroso porcentaje de vitamina C, dice una de las primas extranjeras de la manzana; y yo unas enzimas proteolíticas que son la admiración de propios y extraños, dice otra; pues habríais de ver, dice una tercera, mis flavonoides y antioxidantes de verdadero lujo: no hay nada comparable en el reino vegetal: Y oyéndolas hablar así uno diría que se ha perdido muchas cosas antes de que esas maravillas almibaradas cruzasen charcos y continentes para aterrizar en nuestros platos. Que si las megadosis de ácido ascórbico, o las enzimas, o la suerte de especiales fitoquímicos propios de estas frutas galácticas: cuánta salud no hemos ganado mientras no las conocíamos; aunque curiosamente tampoco durante aquella ignorancia nuestra salud era peor. Sí que es curioso.

Foto: Miguel Morales
O no. Porque nuestros mercados siempre han estado llenos de frutas como la manzana. Frutas como la manzana se encargaban del suministro de vitaminas, enzimas y antioxidantes. Y si acaso nos perdimos algo, que es posible, dicha pérdida nunca desembocó en una carencia alimentaria. Todo lo contrario. Casi me atrevo a proclamar que mientras las frutas como la manzana protagonizaban nuestros postres y meriendas estábamos mejor que nunca. 
He de admitir, no obstante, que con la aparición de las frutas foráneas hemos salido ganando: en variedad, en sabor, en colorido, en matices. No seré yo quien hable en contra de alimentos tan ricos y saludables. Son maravillas, como la manzana; y como toda igualdad tiene dos sentidos lo mismo podríamos decir de la manzana: es como ellas.
La manzana -y aquí comienza la larga lista de sus propiedades- es uno de los alimentos más curativos que existen. Es antiinflamatorio del aparato digestivo y actúa como antiácido natural. Cruda y con piel es un laxante suave, y asada o en compota es el mejor antidiarreico. Es diurética, útil en casos de ácido úrico, gota e insuficiencia renal. Por su contenido en fósforo es sedante, y gracias a sus catequinas y quercetina -fitoquímicos que protegen contra los radicales libres- posee propiedades anticancerígenas muy potentes. También, por acción de dichos fitoquímicos, la manzana previene el asma, la artritis y las enfermedades cardiovasculares. Es anticolesterolémica y antihipertensiva. Por si fuera poco, la tisana de hojas y flores del manzano también tiene propiedades curativas, lo mismo que su vinagre, del que incluso se han escrito libros. 

Fotografía: Miguel Morales

Si bien el porcentaje de vitaminas de la manzana no supera al de las demás frutas, contiene, a diferencia de otras, vitamina E, un potente antioxidante. En su composición destacan los aminoácidos cisteína, glicina, arginina, histidina, isoleucina, lisina, valina y metionina, y los ácidos glutamínico, oleico y linoleico. Y además de las ya mencionadas catequinas y quercetina, cuenta con pectina, sorbitol y fibra soluble. ¿Y minerales? Citemos algunos: calcio, hierro, magnesio, fósforo y potasio. Entre otros.
Y por último, un consejo: con la piel y el carozo de la manzana se elabora una magnífica infusión. Que hierva un minuto y que repose unos quince o veinte: se obtiene una deliciosa bebida con propiedades medicinales. Y para un matiz especiado, que le aportará sabor y beneficios, nada como dejarla reposar con una ramita de canela. 
Salud y a por el invierno.
 
Foto: Miguel Morales