Es cuando estoy lejos de mi casa cuando se me ocurren las
más brillantes ideas acerca de cómo rescatarla del desorden en que la tengo
sumida. Mi imaginación, que en la lejanía no puede transformarse en acción,
encuentra soluciones para todo. Y como mis brazos, por mucho que se estiren, no
cubren la distancia entre mi cabeza y mi casa, me es fácil encontrarlos en mi
pensamiento como en la realidad no son: animosos, certeros, resolutivos.
Y así, aún bajo los efectos de mi hiperactividad mental, se
presenta ante mis ojos que miran hacia dentro el método infalible para que mis
armarios atestados recuperen territorio; o mis alacenas, o mis cajones.... Cómo no se me habrá ocurrido antes, me
digo, desamontonar cosas y amontonarlas en otro lado.
Mi mirada interior sobrevuela ahora otros reductos del caos:
estanterías centrales de la casa, colonizadas por libros obsoletos, son también
el blanco de mi depuración virtual. Imagino baldas repletas de material
bostezante que resuelvo desplazar a un feliz retiro donde dormirá sin
complejos. Tan eficiente como distante -o eficiente por distante-, mi mano va, vuelve, revuelve, compara, separa y
repara. Por fin vuelvo a sentarme en una silla sin revistas para hincar los
codos en una mesa despejada.
Foto: Miguel Morales |
¿No es fantástico? Estoy lejos y no puedo hacer nada, pero
lo veo todo tan claro… Cómo asignar a cada cacharro de cocina el lugar que
debería corresponderle si a su dueño le guiase un mínimo criterio de coherencia;
y, en fin, cómo darle a la casa el vuelco que necesita para enderezarla después
aseada y vestida de domingo.
En mi paroxismo, hago viajar a los muebles de una habitación
a otra. Restauro, limpio, pinto… Lo que nunca hice y lo que me dejó de apetecer se juntan en la misión imposible de que mis brazos no animosos, no certeros y
no resolutivos, adquieran lo que nunca tuvieron y recuperen lo que ya no hacen.
Porque tal es la realidad. Ya en mi casa, la inspiración me
abandona y la pereza se instala en mis músculos. Todo es más importante que lo
que ocupaba mi pensamiento cuando yo estaba lejos y no podía mover la ropa que
ya no moveré -tan fácil me parecía-, ni jubilar libros inútiles a favor de una
literatura vigorosa: cosa que tampoco ocurrirá. Todo es prioritario, una vez en
casa, antes que poner fin al vagabundear de los cacharros de cocina y, con más
razón, a las locuras de mi mente enfebrecida que una vez soñó, desde una
distancia insalvable, con mover muebles o enfrascarse en limpiezas profundas
como abismos.Foto: Miguel Morales |